En todas las guerras hay «uno» que presencia el combate de lejos
pero es el incitador de todos los conflictos,
el analista de los puntos débiles,
de los sentimientos ajenos,
de los recursos de otros.

Es el lobo disfrazado de oveja,
el que observa y no hace,
el que usa a otros para librar sus batallas,
el que se hace líder de masas crédulas que no cuestionan principios ni pautas,

es el pone la cuerda en tu cuello con las huellas de otros,
el que hace suyas falsamente pasiones que no tiene,
el que susurra estoy contigo a muerte
y la muerte será él cuando no le sirvas a su fin.

Es el que sólo puede aumentar su gloria a costa de la derrota de otros,
el convencido de que por cada cabeza que aplastan sus tacones suman los diez centímetros de los que carece,
ese que tú conoces,
el que camina solo aunque tenga un séquito de fanáticos a su espalda sometidos a su arbitrio,
ese que busca rodearse de únicos y grandes para suplir lo que él no es,

un caza valentías ajenas que aparta sin escrúpulo los sentimientos molestos de otro,
que se crece y aprovecha del sufrimiento,
ese destinatario de todos los ojalá de los que no saben hacer mal y se quedan,
es ese que no tendrá opción si tú no lo crees,
si tú no lo eres,
si tú le reconoces la entidad que tiene (ninguna) y te enfrentas
porque después de todo está desprovisto de lo esencial para luchar y ser grande,
para llegar y ganar,
son cuerpos ocupados por genes egoístas,
la antítesis de la empatía y valentía.

En todas las guerras,
en todas las vidas,
en cualquier momento,
aparece un cobarde para usar la valentía,
la pasión-amor de otros
y colgarse como suya la medalla al cuello sin que le pese
y como tuya la miseria que acompañó ganarla sin ningún escrúpulo.

Va por todos esos que realmente son quiero y no puedo,
que USAN a los demás sin importarle el precio cuando no son ellos los que pagan.