En el dolor también hay una porción de placer, esa que te proporciona con el paso del tiempo la visión clara de lo que no quieres, de lo que nunca serás.
El día que crees todas sus mentiras es el primero de muchos con rumbo perdido,
evitando vómitos con cada espiral al infierno,
cada vez que te rozan con sus aviesos pies y sonríes
estás perdido,
poco a poco te pueden,
poco a poco te hunden en su miseria,
esa que sólo advierten tres hasta que ya estás dentro,
hasta que la sufres y salir es un mundo.
Ahí van, con la ventaja de ir asegurando con premeditación sus próximos pasos,
jugando con la credulidad de algún idiota,
con la magistralidad de un hombre aniñado,
manipular el destino les resulta tan fácil,
engañar a la casualidad,
creerse seguros trampeando su ansiado triunfo.
Las personas somos personas
aunque las uséis como instrumento,
aunque desaparezcan vuestras huellas de tanto frotar con productos tóxicos,
aunque cuando llegan a ser obstáculo sin miramiento ni vergüenza las arrojéis al pasado y a seguir sin mirar nunca atrás,
con el paso seguro del que conocía la trampa,
del que se adelanta pero no avisa,
del que acecha marcando las huellas para salir luego ileso,
para dejarte mal,
para hacerte creer sus mentiras y perderte en su miseria,
para decir la verdad sólo con máscara o poniéndola en la boca de otro que nunca la dijo.
Yo creo en la ley de donde las das las toman,
en el efecto boomerang de los pocos escrúpulos y la mentira,
en que al final os ganarán los cojos,
en que no dormiréis sin sospechar que en la próxima estación os pasará un tren de largo
y en la siguiente lo hará por encima,
con la misma piedad que la vuestra, ninguna,
y mientras miraréis de lejos los pies de los que sabemos volar con un sueño aunque varias veces antes nos corten la alas.
Mi vida no era la vuestra,
la suya no era la vuestra,
nuestros días fueron nuestros,
nuestro buen año nunca fue este,
vuestro buen año nunca será el mío.