¿Qué quieres que nos contemos de los finales?,
que tu no sepas, qué que yo no conozca.
Algo como que siempre llegan demasiado tarde,
que siempre buscamos posponerlos,
que aunque sus pasos retumben mucho antes hacemos oídos sordos.
Quizá que abren antes de llegar la puerta de la nostalgia,
de los arrepentimientos, de los reproches, de los cualquier cosa menos bonito, de los llantos sin saber, de los puñales en la espalda, de los «y si…»

A lo mejor que todo fueron indicios pero no hay peor ciego que el que ve lo que le conviene,
a lo mejor que no lo identificaste aquel día que dejaste de preocuparte y el globo de la ilusión se te escapó de las manos,
o que no valoraste que el amor único por cuenta propia desatiende el que sienten otros por ti.

No sé nada que no sepamos,
rebuscas en los recuerdos porque en el presente está la nada que parece que ficticiamente rellena el vacío,
te levantas con resaca sin haber bebido, y se nublan los recuerdos con un alzheimer consciente para que lo que te hizo reír te haga llorar.

Ahora, aquellas ganas locas se acompañan de ese prefijo «des», ese que te las quita,
lo que era un charco que saltabas sonriente, es un pantano cenagoso del que cuesta salir
y que no, que no me mojo ni por ti ni por nadie,
que el frío ya caló mis huesos y la vida me pide calor.

Y te pasa sí,
todo se te anuncia como lo que nunca quisiste,
te ves en un sitio donde no quieres estar,
con los que no quieres estar, como no quieres estar
y definitivamente «no sé que puñetas hago yo aquí»
y ahí aparece como el fantasma que no tenías en tu casa,
ahí está eso que sabemos y que no es una palabra más del diccionario porque no podía tener un significado más claro,
hasta aquí llego, hasta aquí llegamos,
ya no hay más,
Punto, y aquí está él:
Final